martes, mayo 15, 2007

De patios cordobeses y rutas Granadinas

Tocaba descanso, y el destino elegido (desconociendo la semana dedicada a los patios cordobeses) fue Córdoba primero y Granada después. Un fin de semana que dio mucho de sí.



El camino de Cáceres a Córdoba discurre por carreteras que recuerdan a las de hace 30 años, no por el paisaje, que afortunadamente está bastante bien conservado, sino por el estado del asfalto. Carreteras estrechas con una cómica línea blanca en el centro pintada más para orientar que para separar un sentido del otro, pues sería imposible que un par de automóviles se cruzaran por según qué tramos sin que alguno de ellos no se viera obligado a salir de la calzada para permitir el paso del otro.

Entramos a Córdoba atravesando Zalamea de la Serena, inmortalizada por Calderón, y dejando a poca distancia Fuenteobejuna, de renombre en la obra de Lope. Aficionado como soy, cada vez más, a la arqueología industrial, me fijo en la zona minera de Peñarroya-Pueblonuevo. Minería del carbón, explotada a lo largo de muchos decenios y aún hoy en activo. Sorprende ver minas de carbón más al sur de León, pero haberlas, haylas. De carbón y de muchas más cosas. En Cáceres, las hubo de fostatos durante casi un siglo, en Almadén (Ciudad Real) está la mina de mercurio más rica del planeta, etc.

Vuelvo a Córdoba, que me pierdo. Alojamiento: el mejor para esta época, un cámping. El tom-tom nos condujo a él no sin ciertas dificultades, resulta realmente difícil conducir en Córdoba.

Los primeros paseos, por la zona popular, tratando de recorrer las diferentes rutas propuestas para disfrutar de los patios. Macetas colgadas aquí y allá, cuidadoamente colocadas sin seguir, aparentemente, ningún complicado manual de decoración, solamente el instinto de la belleza, cuanto más simple más bella, aunque bien es cierto que es difícil que una flor, una planta, desentone en un patio encalado, con su pozo, sus aperos de labranza, sus cubos para acarrear agua ...






La mezquita, como siempre, visita imperdonable. No me apetecía pagar, así pues decidimos "colarnos" acudiendo a una misa en una capillita preciosa situada en su lateral. Desde el templo se podía acceder a la mezquita, que era nuestro fin principal. No puedo dejar de anotar en estos apuntes que, sorprendentemente, la misa consiguió emocionarme un poco. Digo sorprendentemente porque mis conocidos saben de mi postura crítica (muy crítica) con la iglesia, pero lo cortés no quita lo valiente. Parecía una misa de despedida. El padre debía tener unos 70-80 años, de voz quebradiza pero con un fondo de firmeza, paz, de "haber vivido". Sobre todo, paz. No importaba lo que dijera, no me fijaba en eso. Su voz, y la música escogida crearon uno de esos momentos en los que el alma se siente reconfortada y en conexión con un semejante.

Después de la original misa, fuimos de recogida hacia nuestro coche. Por el camino, descubrimos una taberna montada en plena calle, con un montón de gente arremolinada a su alrededor, y todos pidiendo el plato típico de aquellas fechas: caracoles. Sí, caracoles. Nunca los había probado, pero me decidí y puedo asegurar que no será la última vez que los pruebe: un par de platos de caracoles con un buen fino, sentado en una terracita acompañado por un grupo de señoras que se unieron con toda la naturalidad del mundo a nuestras charlas. Recuerdo el comentario de una de ellas: "de verdad que no habéis comido caracoles nunca? ... !Qué gracioso!"

En Granada, nos dirigimos de inmediato a reservar unas entradas para la alhambra. Dicen que es bastante habitual no encontrar entrada, y para nosotros tampoco fue una excepción. Conseguimos pase solamente para los patios, pero creímos que igualmente merecería la pena. Una vez dentro, no nos decepcionó. La alhambra es, sobre todo, un jardín repleto de fuentes aquí y allá. El agua se hace presente de una forma casi mágica, no solo a la vista, sino al oído. Dejándonos llevar por el agua, casi sin proponérnoslo, nos "colamos" en el generalife y en el palacio de Carlos V. Vamos, que vimos la Alhambra al completo. Las vistas del Albaycín son impresionantes, una imagen para no olvidar.



Después de la Alhambra, subimos al Sacromonte (monte sagrado), con muy mala fama en cuanto a la seguridad de sus calles. La verdad es que en ningún momento nos sentimos inseguros, fue una delicia pasear por sus calles, respirar el aire flamenco y tomar una cervecita en una de sus tascas, incrustadas en la piedra de la montaña.



Al caer la noche, en una de las plazas de Granada, tomamos la mejor cena turca que ninguno había probado en su vida: el típico plato con carne de pollo y ternera a tiras, salsa, ensalada y queso de cabra, pero con un sabor más ... más "moro" ;-).

Llegué a casa a las 2 de la madrugada del Domingo al Lunes y dormí como un bendito las 5 horas que restaban para que sonara el despertador.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermoso post. No conozco Córdoba (ganas tengo), pero Granada me maravilló hace años y debo volver tan pronto como me sea posible. Creo que es una de las ciudades más bellas de España.

Por cierto, con la pereza que me da regar las cinco o seis macetas que tengo en casa anda que no tendría que echarle "güevos" para tener un patio así...

Chisco dijo...

Nos contaban algunas señoras que le echaban un par de horas o tres al día para regar todas las macetas, así que imagínate ...

Anónimo dijo...

Si es que quien no se ocupa en algo es porque no quiere...